sábado, 21 de julio de 2012

Encontrándote de nuevo


Esta tarde en que el sol despliega sus rayos con pereza
el rugido de los carros se escucha lejos
mientras niños beben tiempo en el pecho de sus madres
y apurados transeúntes birlan diestros
obstáculos como  tablero de ajedrez,
esta tarde, digo, te encontré caminando distraído
pisoteando un collage de  baldosas despintadas
con ese andar que tienes
como si la tierra no estuviese palpitando a tus pies.
No pude detener el llamado a arrebato que salía de mi pecho
y  con un hola ¿cómo estás?
Aquieté mi corazón.

No lo sabes pero imaginé este encuentro miles de veces
y otras mil repasé inteligente diálogo que esconda mis deseos
y las ganas de sentirme en tu piel
reflejarme en esos pedazos de azul cielo que coronan tu rostro veraniego
beberme la impaciencia de estos años
de traspatios, de rincón.

Respondiste sorprendido
-¿Qué haces, a quién canta la mañana?-
Tuve que callarme
que las notas matutinas venía de tu boca
que hace mucho deambulo por las calles
repasando en el recuerdo un camino de retamas
que te busco desde siempre
 y no encuentro en otros brazos tu calor
que los furtivos encuentros  que intento
me recuerdan que no estás.

Miro de reojo el paisaje, respondí,
 como una niña a la que sus padres
encuentran  embadurnada de pastel,
retorciéndome las manos que volaban
a sacarte pedacitos de rocío que relucían
en el dorado tono de tu piel.
Cerré los ojos que sin permiso recorrían
Atrevida abertura que desde la camisa me guiñaba
invitándome a necesario recorrido por tu amada anatomía
mientras pájaros indiscretos sobrevolaban las alturas
y con su trinos me decían
que te ame como nunca, como siempre que te ame
 que no importan las decenas de curiosos
ni sus risas de acordeón.
Menos mal, más mal que menos
 me acostumbré a mis portes de señora
y con gesto indiferente  dibujé en el aire un adiós.

-No te vayas- me gritaste,
te he buscado  pueblecito montañero
en las rocas encumbradas de los Andes
llorando noches encendidas por la luna
con la quena que inútilmente intenta notas
que lleguen a tu oído,
que no puedo, que no vivo
y no logro apagar mi sed
que tu cuerpo se dibuja entre las sábanas
enredándose  y esculpiendo travesuras
que me miras desde el azul de las montañas
y tu rostro aparece en el fondo de los lagos
y las gotas que me empapan saben a mar.

No me fui,  contesto presurosa,
 nunca pude, me llevaste cobijada en la sombra de tu vientre
en los versos que escribiste en el remanso de las olas
tierno instante en que el amor nos visitó.

 Y caigo en cuenta que me miran los curiosos
nuevamente he inventado  diálogo vespertino
con el que recibo a la noche mientras se oculta el sol
 y me acomodo la bufanda arco iris que uso siempre
para aliviar el invierno sin tu voz.

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