A él, en la placita Santo Domingo.
Soy una cueva a la que el musgo con persistencia invade
y cuyas paredes no ofrecen resistencia
a las raíces que se adentran en la tierra.
Apenas una débil orografía
que permite te incrustes en su piel.
Y aunque la cueva cree que se mantiene incorruptible,
su alfombra verde contiene un universo de vida en miniatura.
Te adueñaste de mi cuerpo y de mi mente
y mientras yo pensaba que recorría un camino
que me alejaba de ti,
te llevé conmigo sin advertirlo;
y ya no hubo nada más
ni historias
ni comienzos
ni tan siquiera tristeza.
No volví a pensar en ti como algo ajeno,
como en otro ser,
te tengo adherido y es cruel
porque a diferencia de la cueva,
he empezado a advertirlo.
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