Amanece lluvia timorata y lento el rumor del viento revuelve los pliegues del paisaje; la proa de mi barca entontecida no encuentra la ruta de tus pasos. Va al vaivén de las olas de tu ausencia.

Los sonidos se tornan acuosos, verde oscuros y se cargan al ritmo de tu ausencia. Conformo avanzo por boas gigantescas y lagunas que albergan a rosados delfines sumergidos, aparece tu imagen demacrada en la vitrina de los ríos.
Desde cada orilla verde me grita tu presente y te respondo desde mis pasados que no dejan de fluir; me hacen no estar estando en el justo momento en que pido que las aguas vuelvan a sus cauces.
Así, ya sin certezas, desde la página en blanco que me espera, grito que te amo. Cierto: una fría frase con la que me arropo, mientras arrecia el temporal. Cien mil arpías cantan el réquiem del adiós.
Ya no soy camino ni ruta carrozable.
¿Qué deleznable ingeniería utilizaste?
Espesa vegetación cubrió con furia los jardines florecidos que sembramos y hoy, un mar verde inunda playones vacíos y me pregunto si ahora sueño o soñaba cuando junto a ti yacía.
Somos «cadáveres perfectos sin mausoleos ni cementerios».
Aún así, me llega todavía un rumor lejano, un latir loco de tu corazón atado al mío, negándose a seguir en solitario como hemos decidido.
Cien mil arpías cantan el réquiem del adiós y me obstruyo los oídos, amor.
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