Quiero bañar mi cuerpo en salobres aguas nadando como un veloz pez, zambullirme dando giros sintiendo la efervescencia de millones de burbujas que muevan mis escamas, surfear las grandes olas y estrellarme en los acantilados, que mi humanidad se deshaga en espuma y recomponerme, reafirmarme, rearmarme nuevamente y volver a empezar.
Quiero plantarme de cara al viento, despeinarme los cabellos con furioso embate, acostarme en los acantilados y descascararme la piel reseca por el sol, extender mis alas subir y bajar traspasando nubes, inflar los pulmones y volar por desconocidas geografías, ver mi sombra proyectada en el desnivel de la tierra y sus irregularidades y llenar mis ojos de inmensidad.
Quiero saltar por riscos y cascadas alterando soledades con mi canto, envolverme en arenas calientes, en inquietas dunas que avanzan y retroceden, recorrer los surcos como un reptil; remontar el Amazonas y perderme en las misteriosas redondeces de sus boas gigantescas,
sobresaltarme con los colores y tamaños de su flora que invade, repta, trepa, y se adentra en la tierra, en el agua y hasta en ella misma y chapotear en sus negras y encerradas lagunas
espantando con los brazos a inverosímiles y multicolores aves.
Quiero planear como cóndor las escarpadas laderas de los Andes y bajar hasta donde borbotean pulverizadas rocas, contaminarme con las cenizas y el azufre de sus pavorosas chimeneas para ver si puedo borrar de mi memoria las palabras y tratar de morir de saciedad.
Quitarme los recuerdos, hasta los más pequeñitos y cuando no tenga ningún vestigio de lo vivido: reinventar historias, recrear caminos, seguir vagando buscando cosas cuyos nombres no recuerdo.
Quiero guardar mis cofres con caracoles, perlas y corales, fantásticos presentes de antiguos dioses sumergidos y llenar mis odres con exquisitos vinos con cerveza y agua miel, maravillarme con las flores que se sostienen en sitios insospechados por las formas de las nubes que cambian sin sentido o con sentido o qué más da y por todas las cosas que se agrupan, que se juntan sin un orden conocido, un rompecabezas cuyas puntas se atraen y se ensartan formando extrañas figuras.
Quiero regresar la mirada a los granos de arena de una playa, al movimiento de hojas de árboles que no puedo ni nombrar o al perfil de las montañas con sus contornos imposibles: cuadradas, puntiagudas, demasiado circulares, grandes redondeces dibujadas así, a propósito, por traviesos chiquillos o por duendes o por magos o por Dios, solamente para despistarme y que me extravíe como hoy.