jueves, 1 de marzo de 2012

ANDRES


Andrés pasea hambres
y abriga fríos
por avenidas de tristeza
y rezagos de sol, tras persianas,
grafican arcoíris en sus pupilas negras.

Andrés, trampolín de nadas
con Hadas ciegas o tuertas,
equilibrista necio de las noches,
vigía terco cual  marea loca,
lanza preguntas -como red de pesca-
que van y vienen llenas de sal y viento
a perforar tímpanos de piedras.

Andrés, tardes densas en  mi pecho,
Andrés, manos flacas secuestradas
en bolsillos rotos,
acaricia juguetes de papel regalo
y globos desgastados en ferias infantiles
donde jamás fuera invitado.

Andrés y yo somos uno.
Andrés no me deja reír cuando canto.
Lo descubrí hace poco
mientras golpeaba vitrales
de mi indiferencia
comiendo un chocolate.
Lo descubrí volcando
su arsenal de ternura
sobre mi osamenta gris.

Lo descubrí cuando abrazando
a mis hijas, lo esperaba y sentía
en el cruce de mi hastío y desconsuelo.

Oculto mi vergüenza
tejiendo alfombras de flores
a cubrir de fino olivo
su carne de ovejita tierna.

Acomodo su cabello lacio
y rebelde en rulitos rosa té
y dulce como tierna, esparso
rocío que traen en su picos
cientos de traviesos colibríes.

Andresito, mañanas dagas,
rulitos rosa, ojos sin pupilas
revoloteando nubes,
arrastrando sueños por oscuras vías
buscando flor de su destino
que germine en su pecho
y también en el mío.

En el tuyo,
¡En todos!

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