jueves, 8 de marzo de 2012

Una Hijueputa Pelucona

Bueno, gracias a mi Presi, sé que hay pelucones, súper pelucones, pelucones venidos a menos, pero acabo de descubrir que hay un nuevo grupo y son los hijueputas pelucones y lo peor es que creo que yo soy una de ellos. ¡Sí, sí! con sorpresa, he hecho este insólito descubrimiento, en los últimos días.
Los pelucones por supuesto son los que tienen dinero, estatus, relaciones y te miran como si te estuviesen haciendo un favor. Ellos saben que son pelucones y que el resto del mundo es una categoría inferior que esta ahí para satisfacer sus caprichos. Eso lo sabe todo el mundo.
Los súper pelucones son los que se sienten superiores a los pelucones ya mencionados y saben que son ellos, en verdad,  los que dominan el mundo, aunque nadie más lo sepa, ni el viento se mueve sin su mirada desafiante. Deciden lo que pasa en el país, por supuesto se valen de los pelucones para que esto suceda.
Los pelucones venidos a menos son aquellos que quisieran seguir siendo pelucones pero por cosas de destino o de un movimiento inadecuado de la Bolsa perdieron su patrimonio y ahora tienen hasta que conseguir empleo para sobrevivir o en el mejor de los casos casarse apresuradamente con alguna pelucona, que aún los es y poder regresar al Olimpo; y finalmente, los hijueputas pelucones, a los que creo pertenezco, son aquellos que no saben que son pelucones, escuchan cada sábado las cadenas del Presi asintiendo a todo lo que dice y alegrándose cuando insulta a los otros pelucones o aplaudiendo cuando arregla todos los entuertos de este punetero país. Salen ocasionalmente a las marchas, cuando el caso lo amerita, por supuesto estuvieron en las calles el 30-S, para rescatar al Presi, aunque, no vestidos apropiadamente para la ocasión, porque no fueron informados de lo que los chapas harían ni de que las cosas se complicarían tan rápido. Generalmente son de izquierdas, como se dice en Europa, a veces son cultos pero siempre están muy bien informados de lo que pasa en el mundo. Se alegraron cuando fue elegido Obama pero la alegría les duro poco y ahora creen que en el imperio nada cambia y que la posición un poco belicosa del Presi en el contexto internacional es la correcta. Sus hijos estudian en colegios y universidades pagadas, a veces con becas a veces sin ellas, porque hay que estar dentro para conocer al enemigo; así sus hijos se van preparando para asumir el poder cuando sea necesario.
Seguramente querrán saber cómo descubrí que pertenezco a este grupo, pues sucedió de la forma más inesperada, debía ir al Seguro Social a realizar un trámite, primero no sabía donde dejar el carro ni donde estaban los estacionamientos públicos y decidí tomar un bus de transporte público. Error fatal como lo descubrí más tarde. Las paradas no están debidamente señaladas,  todos parecían saber a dónde se dirigían los buses, excepto yo; y cuando se me ocurrió preguntarle a un policía me quedo viendo como a un bicho raro y con la cabeza me enseno la parada. Corrí para alcanzar a un bus que pasaba y por poco me atropella. Una señora al ver mi impericia se apiado de mí y me instruyo en este difícil arte de desplazarse en el transporte público. Independientemente de lo que diga el letrero principal del bus, hay que fijarse en los cartelitos que están en la parte inferior del parabrisas y así saber cual bus tomar. Claro que apenas se podía leer en ellos y  luego de que pasaron cinco buses al fin descubrí el que me llevaría al Seguro Social. Subí pero no sabía cuanto costaba el pasaje, con vergüenza pregunte tímidamente cuánto cuesta, la señorita me miro con una mirada asesina, me dijo 25 centavos y pagué, casi me caigo al suelo cuando el bus arrancó, me agarré de un señor que trató por todos los medios de librarse de mi repentino abrazo, lo solté y como pude me sostuve del pasamanos, como trapecista ruso. Luego de un sinfín de pequeños percances, llegué a mi destino y tuve que bajarme de prisa porque los de atrás me empujaban y me gritaban ¡Apúrese que nos atrasamos!
El edificio del Seguro siempre me pareció grande, no tanto por su tamaño cuanto por la cantidad de gente que siempre se ve en él y ahora no fue la excepción. Una cola inmensa al ingreso me indicaba que no era un buen día para mi trámite, con todo, hice la cola solamente para preguntar en que ventanilla podía hacer mi trámite. Me dijeron que en la ventanilla general y allí me dirigí, por supuesto era la ventanilla con doscientas mil personas que esperaban unas de pie y otras sentadas. Descubrí que es todo una ciencia saber qué se hace en cada ventanilla, y los que ya saben cómo se mueve esta parafernalia burocr’atica, se preparan con anticipación, unos llevan revistas, otras tejidos, uno que otro libro y la mayoría periódico. Pensé que debí llevar la libreta donde anoto lo que debo hacer en la semana con esa manía de planificar las cosas. Tuve que esperar, tan solo, 70 turnos porque mi cola no era tan larga y descubrí además como conseguir asiento. Hay que fijarse en las personas de la primera fila que son las que están a punto de que su turno sea atendido y apenas hacen la intención de incorporarse, dirigirse rápidamente al asiento desocupado, antes de que diez personas atentas, como una, a los acontecimientos, lo haga primero. Ni pensar que los hombres les cedan los asientos a las señoras, es cosa del pasado, ahora cada quien ve por sí mismo en este infierno burocrático. Al fin, luego de quién sabe cuánto tiempo, o lo que es lo mismo, luego de repasar las vueltas de mi vida, me tocó el turno y una señorita con cara de perdonavidas me espetó, ¿Qué quiere? Como si yo fuese su peor enemiga. Le contesté que hacer mí tramite y al fin me emitió un comprobante de pago que debía ser pagado ese día que era el último plazo. Por supuesto no podía pagar allí sino en un par de bancos o en una agencia de pago que ni de chiste estaban cerca.
Pensé enfrentarme otra vez con el transporte público, esta vez decidí tomar Trolebús porque me pareció un mejor transporte, vi pasar un trole casi vacío y me dije, al fin algo bueno.  Me dirigí al ingreso de la parada y pagué también 25 centavos, costaba igual que los buses, pensé que era una ganga porque a las claras se veía que el transporte era mejor. Vi dos colas, una grande en la que se arremolinaba mucha gente y otra en la que solo había una turista despistada y yo. Llegó un trole repleto y no creí que podría albergar a más gente, sin embargo entraron casi todos los de la cola grande y solamente la turista y yo nos quedamos en el andén que ya empezaba a llenarse nuevamente. Pregunté a una señora si todos los troles vienen igual a esta hora y ella asintió sin decir palabra mirándome con una mezcla de pena e incredulidad. Decidí entonces salir de la estación, no podría entrar y peor salir de los vagones tan repletos, me recordaron el metro de México en las horas punta, solo que aquí no había ingresos solo para mujeres. Ahora si entendí porqué decían que estos viajes eran eróticos, en esa muchedumbre todo el mundo se toca lo que puede.
Decidí tomar taxi y llegué al banco donde me esperaba una cola de tres filas de asientos y como a esa altura ya estaba llevada del diablo, salí del banco dispuesta a no dejarme maltratar más. Fui a la agencia de pago porque pensé que estaría menos concurrida y me esperaba una cola un  poco menor que la del banco pero que resultó ser mucho más lenta. Para mala suerte mía una señora ubicada justo detrás de mí y con una voz chillona gritaba como loca, le toca a usted, señora, muévase a la 1; señor muévase a la 2; no ve que la 3 ya está vacía;, me tenía histérica y nerviosa y para que no me grite delante de todo el mundo me acerqué apresurada a la primera ventanilla que encontré vacía y dije que quería pagar. El ventanillero contestó, no estoy atendiendo. Le alcé la voz para decirle que porqué no ponía un cartelito, justo antes de ver que si lo tenía y darme cuenta que había hecho un papelón. Regresé a la cola a esperar otro ventanillero. Las orejas que me ardían de la vergüenza. Al llegar por fin a mi turno me acerqué presurosa a la ventanilla solo para que un jovencito me diga que no podía pagar, porque, en esta agencia, el pago se puede hacer luego de un día de la generación del comprobante. No sé cómo me contuve y salí echando chispas. Con la misma cara regresé al banco al que originalmente había ido y ahora si tomé un  turno, por supuesto espere un chorrón de tiempo hasta que me atendieron y por suerte en el banco si cobraban el mismo día.
Al salir pensé de nuevo en la locura del transporte público y decidí que mejor tomaría un taxi. Entonces una luz se hizo en mi cabeza, soy una Hijueputa pelucona que ni siquiera sabía que lo era, pensé, y que no puede tomar ni un maldito bus, en este país de mierda. Hijueputa pelucona, rehijueputa.

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